¡Benditos cuidadores imperfectos!

hand-382684_1920¡Buenos días, queridos/as cuidadores/as!

La entrada de hoy la comienzo con unas cuantas preguntas vitales para enfocar nuestra labor como cuidadores/as: ¿Cuánto nos queremos? ¿Cuán amables somos con nosotros/as mismos/as? ¿Nos reconocemos como personas vulnerables e imperfectas y estamos bien con ello? ¿O, por el contrario, nuestra tarea doméstica nos exige maximizar nuestra atención, inteligencia y disposición de acción hasta límites agotadores?

Tener respuestas claras y meditadas a estas preguntas será de gran ayuda cuando afrontemos nuestra experiencia como cuidadores/as, ya que pocas situaciones  entrañan tanta responsabilidad y nos pone la vida patas arriba como ésta. Ya no podemos pensar únicamente en nosotros/as mismos/as, sino que las decisiones y las acciones que tomamos tendrán una consecuencia para nuestro/a  familiar enfermo/a… y en nuestra salud física, psicológica y emocional.

Ser humilde, soltar toda intención de mantenerlo todo bajo control, reconocer que no podemos resolverlo cada episodio que acontezca y percibirnos como personas en constante aprendizaje, esa es la mentalidad que debe adquirir quien se convierta en cuidador/a de otra persona.

Por mi experiencia personal como cuidadora de personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer (mi mamá, primero, después mi hermano) puedo decirles que ésta puede ser una etapa larga de nuestra vida y que, sin duda, nos va a dejar una huella imborrable en nuestra memoria y seguramente en nuestro sistema nervioso.

Vivirla como una experiencia traumática o un aprendizaje vital que nos lleva a crecer en sabiduría  depende de nosotros. Así, si desde lo antes posible somos capaces de asumir esta vivencia con humildad y comprensión (hacia la persona enferma, hacia uno/a mismo/a y hacia todo el contexto que nos rodea), sin saturarnos ni anularnos en ella, entonces  podremos hacer de esta etapa un ejemplo de superación y fortaleza personal. Pero si durante este proceso no hacemos más que vivir por y para nuestro/a familiar enfermo/a y no nos perdonamos un solo  despiste, entonces pasaremos el resto de nuestra vida sumidos en el sentimiento de culpa y de crítica destructiva por no haber sido perfectos.

Y es que muchas veces el gran problema de ser cuidador/a no estriba tanto en la situación misma (de por sí desgastante y desconcertante), sino en la actitud altamente exigente y calculadora con que nos la tomamos, amigos/as. De ahí que me parezca tan importante comentar de corazón a corazón con ustedes la necesidad de ser amables y tenernos una alta compasión por todo lo que estamos viviendo, ya que, entre otras cosas, nos enseña que tenemos mucho por aprender en esta vida como personas.

1º- EL ERROR DE PRETENDER SER CUIDADORES/AS PERFECTOS/AS

Ser vulnerables, reconocer que somos imperfectos, que cometemos errores involuntarios y ser compasivos/as con esos fallos es una de las mayores muestras de amor que podemos darnos.

Estar en constante modo de «ensayo-error», arriesgarnos a intentar cosas nuevas con la confianza de que salgan bien, pero sabiendo que tal vez fallemos en el intento, es lo que nos torna personas valientes, conscientes de nuestras propias limitaciones, como seres humanos que somos, pero reconociendo al mismo tiempo que contamos con el coraje necesario para superar los desafíos que nos imponga la vida.

Y a partir de esta posición psico-emocional empoderada estamos preparados para intentar buscar soluciones que nos hagan la vida más fácil a nosotros/as o a nuestro/a enfermo/a.

Es en este punto que admitimos que, aun no siendo perfectos/as, sí podemos trabajar en perfeccionarnos y así alcanzar una excelencia en los cuidados que entreguemos (o en cualquier otra situación o meta que aspiremos a dominar).

woman-2003647_1920

Y fíjense, amigos/as, he aquí una gran clave para ser un/a cuidador/a de calidad: debemos buscar la excelencia desde nuestra vulnerabilidad y la aceptación de que no somos infalibles.

El perfeccionismo y la necesidad de querer tenerlo todo bajo control sólo nos  lleva a sentirnos mal, a tratarnos mal y sabernos insuficientes o ineptos. En otras palabras: a sentir mucha culpabilidad. Y de esa sensación tan miserable es de donde procede ese vocabulario interno agresivo y desmotivador, ese permanente estado de frustración o enojo, y un malestar crónico en general, que puede volverse demoledor. Este, sin duda, resulta ser el cóctel ideal para desarrollar estados elevados de estrés, ansiedad y disgusto en la vida.

Sin embargo, nada de esto es cierto, ¡esa no es la realidad de todo el caudal de amor que eres! Por eso, no te agobies ni te fustigues si no eres un/ cuidador/a perfecto/a… En verdad, nadie lo es, sencillamente porque somos humanos 😉 .

Puede sonar a tópico o consabido, pero hay que interiorizar la certeza de que debemos buscar que la relación que establezcamos con la persona enferma y dependiente se base simplemente en el cariño, en la empatía  y en nuestras ganas de acompañarlos en estos duros momentos que les ha tocado vivir; desechando, sin más, todo afán de perfección y de previsión (de hecho, ¿qué puede haber más imprevisible que el comportamiento motivado por una demencia? ¿Cómo podríamos tratar de intuir siempre lo que le ocurre a una persona que ha perdido la facultad de habla y no puede expresar lo que le sucede o necesita?)

Tal como les comenté anteriormente, el anhelo de perfección sólo sirve para hacernos sentir inconformistas y ver siempre  el vaso medio vacío, lo cual no es nada eficaz, porque nos lleva a caer en malestares emocionales que, a su vez, redundan en desgastes psicológicos y físicos innecesarios.

Pero hay un modo de contrarrestar esta actitud, y se basa en cambiar nuestra mentalidad de pobreza y exigencia por una de abundancia y confianza en nuestras capacidades y en que todo, al final, tendrá solución.

2º- ELEGIR UNA MENTALIDAD DE ABUNDANCIA Y DE CONFIANZA

Estoy convencida de que hay que invertir la atención en cosas que nos hagan crecer, que enriquezca la visión que tenemos de la vida. No se trata de tener o de ser más, sino de apreciar lo que ya poseemos y somos, y a partir de ahí, entregar un poquito de nuestros talentos y nuestra energía  a los demás, con la esperanza de contribuir a su bienestar.

De hecho, según afirma la neuropsicología, nada nos ayuda a liberar más cantidad de oxitocina (u hormona del amor) que sentirnos a gusto y protegidos por las personas que amamos. Y no cabe duda que eso es lo único que precisa alguien que se siente desvalido/a e incapacitado/a, tal como le sucede a una persona enferma de Alzheimer u otra dolencia crónica. Por ende, nadie nos pide que seamos indefectibles, sino que estemos ahí para ellos/as, que puedan contar con nosotros/as y que nuestra compañía sea de calidad, es decir, voluntaria y afectuosa, que aporte tranquilidad, humor y aprecio.

Tanto con nuestros seres queridos enfermos, como con cualquier otra persona con quien deseemos compartir nuestro tiempo, tenemos que tratar de crear relaciones basadas en puntos de encuentro que nos unan y nos fortalezcan. Vínculos centrados en deseos de intercambiar afectos y conexiones, risas y solidaridad en los malos momentos. En una palabra: complicidad.

 

spring-2298279_1920

Se trata sin más de hacerle sentir a nuestro familiar desvalido que quizá no tengamos ni idea de cómo sortear una situación tan dura como es su dolencia, pero que estamos a su lado para aprender a convivir con ella e intentar sobrellevarla lo mejor posible. Ahí es donde se crean esos formidables puntos de encuentro entre nosotros/as 😉 .

Y al tener esta actitud humilde y compasiva es que conectamos con la mentalidad de abundancia, ya que valoramos nuestra aportación a los demás y nos mostramos confiados/as en que algo podemos hacer por ellos/as.

No obstante, pocas veces se nos educa en cuestione de inteligencia emocional, así que de alguna manera, somos autodidactas en esto de mantener nuestra vibración alta y poseer sensaciones abundancia en lugar de mentalidad de pobreza…

Pero como casi todo en la vida, amigos/as, esto se puede solucionar, ejercitándonos conscientemente en la tarea de adquirir una mentalidad positiva. A continuación les comparto unas cuantas recomendaciones sencillas para elevar nuestra inteligencia emocional y reactivar esa luz que todos/as llevamos dentro y que nos ayuda a (re-)conectar con las personas en particular, y con la vida en general 🙂 .

3º- CONSEJOS PARA PENSARNOS Y SENTIRNOS ABUNDANTES

–> PRACTICAR EL HO’OPONOPONO. Esta técnica de sanación hawaiana es maravillosa porque nos enseña a hablarnos con palabras positivas y, sobre todo nos enseña a perdonarnos cuando cometemos una equivocación. Con sus cuatro expresiones mágicas de «Lo siento», «Perdóname», «Gracias», «Te amo», nos reconciliamos con la vida ineludiblemente.  Porque la repetición de estas palabras, especialmente si las musitamos poniendo nuestras manos sobre nuestro corazón, crean un efecto armónico y sereno en nuestra mente. Y pocas cosas hay más gratificantes que ser compasivos con nosotros/as mismo/as a través del perdón.

Para trabajar con esta técnica, les recomiendo seguir las meditaciones de Escuela del amor y superación personal, en su canal de YouTube.

–> USAR UN LENGUAJE POSITIVO Y DE EMPODERAMIENTO. Hablarse bien resulta muy sanador. Pensarnos con comprensión y cariño nos ayuda a mantener alta la autoestima y nos estimula a seguir creciendo para convertirnos en nuestra mejor versión, así como nos recuerda que, pase lo que pase, debemos de tenernos y sostenernos a nosotros mismos, porque somos nuestros aliados más fieles. Aquí, en nuestro amor propio, reside nuestra fuente de confianza, y ésta se renueva con los pensamientos y las palabras positivas que nos vamos dedicando cada día. Y si nos tratamos bien a nosotros/as seremos capaces de tratar con mayor cariño a los demás, ¡¡y les aseguro que eso es algo que a quienes están a nuestro lado les aporta muchísimo!

–> PRACTICAR LA GRATITUD. En varias ocasiones, les he hablado de lo aconsejable que es agradecer las cosas lindas que suceden cada día en nuestro entorno.  Escribir aquellas cosas que hemos hecho bien, que nos han pasado o nos han aportado los demás, nos conecta con la sensación de abundancia y autoestima. Al final nos damos cuenta de que no estamos tan solos/as y que, a pesar de ciertas desgracias inevitables, vale la pena estar en este mundo, máxime si tenemos un corazón grande con mucho por ofrecer y compartir con otras personas. Por tanto, realizar el ejercicio de recolectar los pequeños detalles  que nos salvan el día y agradecerlos, nos infunde un mayor optimismo y nos permite aceptar que si bien la vida no es perfecta, sigue siendo maravillosa, al igual que cada uno/a de nosotros/as.

–> DESTERRAR LA MENTALIDAD DE CARENCIA O DE NO SENTIRNOS SUFICIENTES. Bueno, esto tiene mucho que ver con lo dicho anteriormente. Somos nuestros peores enemigos cuando no nos sentimos suficientes, cuando no reconocemos nuestros propios límites y queremos controlarlo todo, y a cada cosa que hagamos mal nos lo reprochamos implacablemente. O también cuando no valoramos lo que tenemos y nos quejamos de nuestra «mala suerte», sin apreciar la suerte que tenemos por el simple hecho de estar vivos/as, de tener un techo bajo el que cobijarnos, de haber crecido en una familia, de haber hecho amistades a lo largo del camino, y sobre todo, de tener salud, autonomía y fuerza para movernos hacia adelante.

Por lo demás, desde el mero momento en que asumimos el papel de cuidador/a de una persona enferma, estamos demostrando coraje, compromiso y ganas de colaborar en pro del bienestar de un ser cuya salud e independencia se han  visto severamente mermadas y, por tanto, necesitan inevitablemente que alguien les eche una mano para seguir viviendo y mantener sus necesidades básicas cubiertas. Y este es un mérito (y una virtud) que, siendo justos, debemos reconocérnoslo en toda instancia. Si realmente no fuésemos suficientes, no tuviésemos nada que entregar a los demás, no estaríamos realizando esta labor tan humana y compasiva, tan amable y generosa como resulta ser el atender y cuidar de otros/as.

sunset-1815991_1920

–> ESTAR EN CONTACTO CON LA NATURALEZA. El mejor remedio casero para aliviar los males es sabernos parte de un ecosistema maravilloso y divino, donde nosotros/as tenemos un lugar particular y destacado. Amar la naturaleza es amar la vida y sentirla es sentir que las cosas fluyen y siguen creciendo a nuestro alrededor. Por eso, tener el hábito de pasear cerca de mar o un río, por algún parque o un monte y disfrutar de ese remanso de paz que destilan nos llena de mucha calma y confianza. Pero también podemos traer la Naturaleza a nuestro hogar si llenamos nuestra vida de mascotas o plantas. Verlas ahí, delante nuestro, nos embellece el alma. Acariciar a un animal, escucharlo o sentir el aroma de una flor nos conecta con la vida y nos aporta mucho, pero que mucho sosiego y amor. Además de mitigar nuestra sensación de carencia o soledad.

–> VIVIR Y HONRAR EL PRESENTE. El momento es ahora, como suele decirse. Debemos vivir cada día como una nueva oportunidad que se nos presenta. Una oportunidad de (volver a) sentirnos bien, de limar errores anteriores, de aprender algo nuevo…

Pero también el vivir el presente significa que aceptamos las cosas tal y como son, y por eso nos mostramos lo más flexibles y abiertos de mente y corazón que podemos para sacarle todo el provecho que se pueda. Y sí, muchas veces  lo que nos sucede se siente como pesado, negativo o asfixiante, pero ello nos brinda la oportunidad de conectar con nuestras emociones y aprender a gestionarlas, no negándolas o acallándolas, sino desde la madurez de afrontarlas con otras emociones más positivas y con la plena confianza de que saldremos adelante (¡y sí, créanme, siempre se sale adelante!), porque contamos con los recursos, la capacidad y los talentos necesarios para hacerlo. ¡Y poner en práctica esta creencia es lo que nos convierte en seres extraordinarios y sabios!

EN CONCLUSIÓN…

Si por circunstancias de la vida, te vuelves cuidador/a, sé amable contigo y con lo que esta tarea entraña. Deja de buscarte defectos en tu proceder. Todos sabemos que haces lo que puedes con lo que tienes. ¡Y eso es fantástico! Nadie quiere a una persona perfecta a su lado, sino simplemente a alguien comprensivo y dispuesto a ayudar; alguien que se sienta capaz de sumar y que posea un gran corazón cuyos latidos pone al servicio de los demás. ¡Y tú eres todo eso! ¡Valóratelo y felicítate por ello! 🙂

A tu ser querido enfermo no le importa que no seas infalible, sólo necesita saber que estás ahí a su disposición y que con tu luz se iluminan todas las sombras y los miedos que va dejando la falta de salud y de memoria en su día a día. Y es que, si bien la enfermedad de Alzheimer, como cualquier demencia,  está llena de olvidos, en realidad estos /as enfermos/as siguen manteniendo los recuerdos sentimentales, su mundo emocional, y logran reconocer hasta el final de sus vidas a las personas que los /as quieren y los/as cuidan. Doy fe de que esto es así, porque lo experimenté con mi mamá y lo experimento a día de hoy con mi hermano.

Espero que todo lo expresado aquí les haya sido de interés y aliento, amigos/as. Les mando un abrazo muy fuerte.

LOS CUIDADORES Y SUS SENTIMIENTOS DE CULPA

OLYMPUS DIGITAL CAMERACuando veo alguna noticia o nota relacionada con el tema de las personas que se dedican a cuidar permanentemente a un ser dependiente de su familia, con frecuencia suelen referirse a ese prácticamente ‘conntural’ sentimiento de culpa que acompaña a su labor, entre otros muchos males físicos y anímicos. Pero, ¿saben qué? Confieso que yo no suelo padecer esa frustración emocional de sentirme culpable por algo negativo que haya pasado con mi enfermo. Y me felicito por ello.
Siendo yo un persona muy muy insegura y autoexigente, me costó mucho esfuerzo aprender a relativizar las situaciones y saber juzgar con objetividad qué parte de culpa tengo en lo que sucede a mi alrededor. A mí me preocupa, evidentemente, cometer errores, tener despistes o hacer mal algo y que ello perjudique a mi familiar. Pero no me martirizo por eso, porque entiendo que la vida se conforma de momentos en los cuales, ante situaciones insospechadas, a una no le queda más remedio que aplicar el método de “ensayo-error”.

Creo que lo fundamental es reconocer ese sentimiento de impotencia que nos crea el no ser capaces de entender esta enfermedad (¡¿pero quién puede ‘entender’ una demencia?!) que escapa a toda lógica. Y a partir del reconocimiento de este sentimiento negativo, interpretar los sucesos domésticos con frialdad,  de forma objetiva y racional. Entonces, nos daremos cuenta de que no hay porqué sentirse mal con nuestra labor. Tomándonos unos minutos para reflexionar con calma sobre nuestra impotencia podemos evitar que la misma se convierta en culpa.

Seamos realistas, amigos: los cuidadores somos humanos, no tenemos poderes sobrenaturales ni tenemos el don de la clarividencia o la telepatía. Es normal que cometamos equivocaciones o despistes, y quienes conviven con un enfermo de Alzheimer saben muy bien que esta enfermedad es realmente impredecible, que sus múltiples etapas aparecen sin avisar y que, sobre todo, el cerebro del paciente se ve alterado paulatinamente, de un minuto para otro. Muchos de los motivos que nos rompen los esquemas, que nos dejan perplejos, que suceden súbitamente y donde no tenemos tiempo casi a reaccionar, son motivos propios de nuestros enfermos, dependen de su percepción, de su actitud y de cómo funciona su mente en ese instante.

En definitiva, hay que comprender que escapan de nuestro control y por eso mismo nos agarran desprevenidos y nos provocan más de un susto y disgusto.

¿Pero debemos sentirnos culpable porque nuestro enfermo lo esté pasando mal o tenga un mal pensamiento? ¿Realmente podemos hacer algo para evitarlo o mejorarlo? Lo dudo. Yo, como cuidadora solo puedo sentirme mal por haber perjudicado a mi familiar con algo que yo haya provocado, pero SÓLO y EXCLUSIVAMENTE si ese algo haya sido hecho a conciencia, con voluntad y alevosía.

enhanced-buzz-18093-1423846809-30

Estoy segura de que si tuviésemos la capacidad de adivinar qué piensan nuestros familiares dependientes de nuestros cuidados, acertados o fallidos, éstas serían sus palabras (Foto de Acción Poética)

Es necesario discernir cuándo algún episodio relacionado con nuestro enfermo es responsabilidad nuestra y cuándo no. Y en el caso de cometer un error, si éste fue realizado con toda nuestra mejor intención, pedirle perdón a él… y perdonarnos a nosotros. No somos infalibles, pero en cambio tenemos la capacidad de aprender de los errores. Reconocer nuestra parte de culpa y rectificar en nuestras posteriores acciones, significa sabiduría y un alto grado de desarrollo personal. Pero ante todas las cosas, implica una poderosa capacidad de saber convertir nuestras debilidades (sentimiento de culpa, fustigación, frustración) en una fortaleza (aprender de ello y mejorar nuestra labor día a día). ¡Al fin y al cabo, es el ejercicio de perfeccionamiento lo que nos hace ser mejores personas!
Nuestro familiar nos necesita firme y enteros, sin el menor atisbo de duda o fragilidad y esta seguridad sólo podemos brindársela si nos sentimos empoderados y proactivos, es decir, si somos capaces de mostrarnos resolutivos, aún a riesgo de equivocarnos, en lugar de dramatizarlo todo. Porque los fallos, cuando son hecho con todo el amor y la buena intención, tiene todo el derecho (y esta vez sí) connatural de ser perdonados.

Y te puedo garantizar, cuidador/a, que pocas personas estarían dispuesta de desempeñar el trabajo de cuidar a un familiar enfermo crónico con la responsabilidad, paciencia y voluntad que lo haces tú. Así que, no hay nada que reprocharte, nada de lo que sentirte culpable y sí mucho por lo que premiarte y agradecerte. Sólo una persona que desprende  amor puede llevar a cabo el trabajo que tú haces silenciosamente, diariamente, sin esperar nada a cambio. ¡Y créeme que eso tu familiar enfermo lo nota! 🙂

Y eso es lo único que importa.