
La eterna espera de los cuidadores por una legislación que los ampare. A ellos y a sus familiares dependientes.
«Las cifras son desoladoras: más de 70.000 personas continúan a la espera de las ayudas de la Ley de Dependencia, sólo se aceptan el 56% de las solicitudes y, de este porcentaje, se atiende a menos de la mitad».
¡Buenos días, amigos cuidadores!
Hoy me dispongo a compartir con ustedes una noticia aparecida en un periódico que no solo me dejó asombrada, sino que también encendió mis iras. (Aviso: tengo el instinto asesino desatado, así que no prometo ser la mejor compañía de tertulias, ¡ja,ja,ja!).
La nota trata sobre la falta de apoyo institucional y en cuanto a políticas públicas que padecemos los cuidadores domésticos (o ‘informales’) y los enfermos crónicos y dependientes en general.
Parece, pues, que el Alzheimer no solo puede afectar a individuos de forma aislada, sino que también afecta a los organismos gubernamentales a la hora de crear y aplicar políticas sociales que incrementen la calidad de vida de los ciudadanos… ¡Qué curioso, ¿verdad?!
En fin, vayamos por partes, amigos míos…
DATOS SOBRE LA SITUACIÓN REAL DE LOS CUIDADORES
Un artículo elaborado recientemente por del periódico digital EL HUFFINGTON POST se hace eco de un informe lanzado por la Asociación de Consumidores y Usuarios sobre este terrible ‘daño colateral’ que sufrimos quienes tenemos un familiar dependiente en nuestro hogar. Sin duda se trata de uno de los trances más duros y agobiantes por los que debemos pasar los cuidadores y que más energía nos quita en nuestro empeño diario: la lucha por conseguir la colaboración y el reconocimiento de nuestra labor y necesidades sociales por parte de las instituciones socioeconómicas y políticas a través de la aplicación categórica de la Ley de Dependencia, una resolución política llamada, en el momento de su creación y aprobación, a erigirse como el cuarto pilar de nuestro estado de bienestar social.
Y así es que al impacto emocional y a las numerosas restricciones de independencia personal que padecemos los cuidadores, se le añade la preocupación económica de cómo lograr costear aquellos servicios terapéuticos que precisa nuestros familiares dependientes o como llegar a fin de mes si una es cuidadora y no puede incorporarse al mercado laboral ni, por ende, generar ingresos para abastecer debidamente al grupo familiar.
Si ya es suficientemente devastador convivir con la enfermedad de Alzheimer y ver como hace mella día a día en nuestros familiares inexorablemente, la situación se agrava por la falta de apoyo institucional y estatal que acompaña a esta dolencia crónica.
Pues bien, a estas alturas del partido, en pleno año 2016, siguen siendo constantes las noticias (como la que publica el periódico eldiario.es o Infolibre), amparadas en datos del Imserso, de cómo nuestra sociedad ‘tan europea’ y tan ‘primer mundo’ continúa ningunean a los cuidadores informales. Como si las personas dependientes fueran vistas como un despojo social y los familiares los únicos responsables de su manutención y cuidado, aun a riesgo de que tengan que empeñar su propia vida personal y laboral para ocuparse de ellos. En definitiva, las instituciones políticas insisten en considerar a los ciudadanos dependientes como ciudadanos de segunda clase… en el mejor de los casos.
LA NECESIDAD DE UNAS POLÍTICAS PÚBLICAS QUE RECONOZCAN LA LABOR DE LOS CUIDADORES
A mí, particularmente, me resulta cuanto menos desconcertante ver cómo desde que tuvimos que batallar contra la demencia de mi madre (que duró entre 1990 y 2011 aproximadamente) a día de hoy nada ha cambiado sustancialmente, hasta el punto de que en la actualidad los cuidadores seguimos tan desamparados en cuanto a ayudas sociales como antaño, sino peor.
Recuerdo con especial emoción cómo celebré el anuncio de la promulgación de la Ley de Dependencia por parte del Estado Español, pensando, ilusa de mí, que constituiría un hito absoluto en lo relativo al reconocimiento social del papel de los cuidadores informales y que éste sería el inicio de toda una serie de consecuciones sociales para quienes dedicamos gran parte de nuestra vida (que se dice pronto…) a velar por el bienestar de un enfermo crónico manteniéndolo, acompañándolo y cuidándolo las 24 horas del día, siete días a la semana, 365 días al año, y así ad secula seculorum. ¡Pues va a resultar que de eso nada! La llamada Ley de Dependencia solo fue un parche temporal, un engaño político y un espejismo social.

¿Cuántos hogares albergan a enfermos crónicos que necesitan cuidados las 24 horas del día y cuyos familiares son quienes cargan con esa función sin descanso ni remuneración?
¡Es tan indignante esta realidad! ¡Nos hace tanto, tanto daño a los cuidadores! Nadie que no pasa por esta situación se llega a imaginar la impotencia que genera esta circunstancia. Experimentar que no hay centros adecuados para enfermos de Alzheimer jóvenes y que, por tanto, una debe dejar de trabajar para hacerse cargo sola de cuidar, atender y vigilar a su familiar, pero al mismo tiempo debe encontrar una fuente de ingresos para mantener el hogar… es sencillamente desesperante.
En efecto, la falta de recursos sociales nos sitúa ante una encrucijada vital: tener un trabajo remunerado o dedicarse en cuerpo y alma a cuidar a nuestro familiar. Todo un ‘ser o no ser’ shakespeariano contemporáneo. Lo que nuestros políticos no vislumbran es que para los cuidadores no se trata de una opción; realmente no tenemos elección: la familia es lo prioritario. ¿Pero cómo hacer frente a esta situación sin ayudas externas?
Si ya de por sí vivir con una persona con demencia resulta desgastador, tener que buscar tiempo y sacar fuerzas de flaquezas para enfrentarse al sistema burocrático del Estado, indagando incesantemente aquí y allá, llamando a todas la puertas y empapelando toda oficina que sea necesaria, se vuelve una tarea titánica que nos complica la vida sobremanera, agravando aún más nuestro desequilibrio emocional.
De alguna forma, es desesperante y desalentador sentir que por más espíritu combativo que se posea, por más predisposición que tenga una para salir adelante y por más activa que se muestres, al final una no deja de sentirse frustrada, desamparada y hasta diría que engañada. ¡Tanto tiempo invertido en recorrer los laberintos de la burocracia con el alma llena de esperanza de que se encuentre un alivio, una solución para sobrellevar con más calma tu vida como cuidadora para que, en la mayoría de los casos, la esperanza termine desvaneciéndose y la solución que nos da el sistema político es un diplomático «búscate la vida»!
En fin, no sé qué opinión tienen ustedes al respecto. Pero estoy convencida de que las personas que dedican su vida (¡los mejores años de su vida, en muchos casos!) a cuidar y velar por el bienestar de los enfermos crónicos de la sociedad, se merecen mucho más reconocimiento y recursos que faciliten seguir realizando esta labor tan humana y social. Y que, por lo demás, tantos gastos les ahorra los presupuestos de los Estados.
No obstante, queridos cuidadores, y a pesar de los pesares, no me resisto a seguir pensando que han de venir tiempos mejores 🙂 .